
Tradicionalmente la gran amenaza para las economías domésticas ha sido la inflación, es decir una subida de precios que dificulta el acceso a bienes y servicios. Esta situación de asfixia se agrava si sumamos las cargas por el pago de la hipoteca.
Pero poco a poco comienza a aparecer una nueva amenaza: la llamada deflación, es decir, la bajada de precios. En parte tiene un efecto positivo ya que las familias no pierden poder adquisitivo. Sin embargo, produce efectos perniciosos. De una parte aumento del valor real de las deudas; y hay que recordar que el nivel de endeudamiento hipotecario de las familias sigue siendo elevado.
Retrato de los consumidores de hoy
Y en segundo lugar, retrasan las decisiones de gasto, ya que se espera a que continúen bajando los precios. Si esto lo combinamos con el nivel de desempleo el resultado es muy peligroso. Nadie consume, ya sea por carecer de rentas disponibles o por miedo al futuro. Ello provoca que los precios sigan bajando, las empresas no perciban ingresos y comiencen de nuevo a despedir personal que, lógicamente, restringirá su consumo.
Un laberinto que evidencia el precario equilibrio de una economía en en un contexto general y continuado de pérdida de poder adquisitivo. Los consumidores, presionados por este marco, han reducido sus gastos un 13%. Están aprendiendo a consumir de otra manera. A estos datos puramente económicos debemos añadir los cambios que está habiendo a través de fusiones de empresas. En el ámbito financiero, pero también en otros, asistimos a una concentración de empresas que incrementan su influencia en el mercado. Frente a ello surgen alternativas para los consumidores: Internet, como herramienta para encontrar mejores condiciones; las “compras colectivas”; los denominados “bancos de tiempo”, etc. Todo ello, todavía minoritario, evidencia que los consumidores quieren un nuevo modelo que hay que saber potenciar y estimular frente a los intereses empresariales.
Nuevo consumo: de la necesidad, virtud
Los abusos en los precios de la energía, luz, hipotecas, etc., están aflorando actitudes prudentes y sensatas en los hogares españoles que deben contribuir a equilibrar crecimiento económico y consumo. Permitir que la economía funcione pero sin los excesos de antaño que soportaban los consumidores y cuyas consecuencias recaen también sobre ellos.
Apostar por un nuevo rumbo económico exige conciliar crecimiento con sostenibilidad. La primera lección es que apostar al consumismo y el endeudamiento supone preparar las condiciones para una nueva crisis.
Potenciar la demanda interna sin caer en el consumismo exagerado de estos años pasados es deseable y posible a través de un consumo crítico y razonable. Ello contribuiría a vivir mejor. Las lecciones de un consumidor más atento a sus gastos y crítico con lo que adquiere y contrata, debe ser el fruto positivo de la crisis. Para que la ciudadanía recupere a través del consumo responsable los jirones de bienestar que se han ido cayendo.







