El ‘fracking’ es un método para la extracción de gas de esquisto (gas no convencional). Esta técnica consiste en perforar el subsuelo e inyectar una mezcla de agua y agentes químicos a alta presión, de manera que se fracturan las rocas y así se libera el gas en ellas almacenado. En Estados Unidos, esta industria ha tenido un desarrollo espectacular en la última década, y el gas de esquisto supone ya el 25% del total del gas natural consumido en el país. Sin embargo, en Europa, esta técnica se mira con reticencia e incluso en España dos comunidades autónomas, Cataluña y Cantabria, la han prohibido por ley. Desde el punto de vista del consumidor, surgen interrogantes: ¿Puede esta nueva fuente abaratar nuestras facturas? ¿A qué precio medioambiental y social?

Para algunos, sobre todo voces interesadas de la industria energética, el ‘fracking’ supone la panacea, una forma de retrasar una vez más el fin de la era de los combustibles fósiles. El principal argumento: gracias al gas de esquisto, el precio del gas para las empresas y familias estadounidenses se ha reducido en alrededor de dos tercios. Junto a esto, se expone que, gracias a la explotación del subsuelo, se puede lograr la independencia energética del país, en un momento de fuertes zozobras geopolíticas, amén de lograr la creación de empleos en este nuevo sector.

Entonces… ¿Por qué el ‘fracking’ genera tanta oposición? Porque no todo son ventajas. Las problemas medioambientales que lleva aparejada esta técnica son numerosos: contaminación del subsuelo y sus acuíferos, riesgo de desplazamientos de tierra o pequeños seísmos, escapes no controlados de gas a la superficie, consumo de enormes cantidades de agua (cada pozo requiere la inyección de hasta 35.000 toneladas de agua para la fractura de las rocas). En España, con graves problemas de sequía en muchas zonas, la gestión y recuperación del agua para este uso podría ser origen de conflictos. Más allá del agua, incluso podría haber disputas por el aprovechamiento de la tierra, ya que, según aduce el lobby Shale Gas España, no habría riesgos para zonas urbanas, porque las exploraciones se realizan en “zonas agrícolas”.

Al factor medioambiental se une el económico. Lo reciente de esta tecnología enmascara que la rentabildad de los pozos de gas de esquisto es tremendamente baja; en apenas tres años, su producción puede caer de forma abrupta. Tras el lobby pro-‘fracking’ español hay varias empresas participadas por fondos de inversión, que buscan especular con las expectativas creadas en torno al negocio que puede generar esta nueva técnica.

Mientras, en Estados Unidos, pionero de esta industria, la fiebre del ‘fracking’ empieza a demostrar sus claroscuros, con manifestaciones de población en contra. A tenor de lo ocurrido con otras burbujas energéticas españolas, como la de las centrales de gas de ciclo combinado, cuya factura ahora se paga en forma de déficit eléctrico, la posibilidad de que un pinchazo en esta nueva técnica acabara por repercutir en los bolsillos de los consumidores de forma negativa no parece tan remota.