El G-20 está formado por los siete países más poderosos, Rusia, la UE en bloque y los países emergentes entre los que se encuentran China, India o Brasil. Desde 2009 es el G-20 quien actúa como foro sobre la economía mundial y a raíz de la crisis se han dado una serie de reuniones en las que se ha tratado el problema financiero en el mundo.

La cumbre de Londres se cerró en abril con la promesa de actuar global y concentradamente ante la crisis. 1,1 billones de dólares fueron movilizados para “reestablecer el crédito, el crecimiento y el empleo”. 750.000 millones fueron puestos a disposición del FMI para este cometido. Además, se acordó que la recapitalización de las entidades financieras era una urgencia y un medio para poder restablecer el crédito. Se reconoce que la gran causa de la crisis fue el error en la supervisión y control de los mercados financieros y por eso se propone un nuevo marco regulador más intenso que vele por los intereses de los consumidores y sea más transparente. Sin embargo, a pesar de las buenas palabras, la reunión no dejó de ser una declaración de intenciones al no concretarse ningún texto en el que se expliquen realmente las medidas aplicadas para conseguir los resultados que se prometen.[entresacado]En la última reunión del G-20 hasta el momento se reavivó la idea de introducir un impuesto a las transacciones financieras internacionales para reducir la especulación[/entresacado]

De la cumbre de Pittsburgh, a finales de septiembre, se arrancó el compromiso de fortalecer las reservas de la banca y de acotar las inversiones temerarias y excesivamente arriesgadas. Sin embargo se han producido desencuentros entre la postura típicamente europea que apuesta por la regulación más intensa y la anglosajona, que defiende la “libertad” de la banca para elegir sus inversiones siempre que sean “razonables” para que la regulación no altere la “eficiencia” del mercado. Aparte, la declaración de Pittsburgh no añade nada nuevo a la palabrería habitual de este tipo de reuniones. Sólo una discusión sin fin sobre la remuneración de la alta banca. Un asunto que si bien es importante y vergonzoso, no es sino la punta del iceberg.

La última reunión del G-20 hasta el momento se produjo el segundo fin de semana de noviembre en Edimburgo. En ella se reavivó la idea de introducir un impuesto a las transacciones financieras internacionales para reducir la especulación y con los fondos obtenidos, sufragar medidas que permitan fortalecer el sistema financiero internacional.

Los grandes foros en los que se debate el destino de la economía mundial no están dando las soluciones necesarias al grave problema derivado de la aplicación ortodoxa del liberalismo financiero. Los excesos cometidos, la poca supervisión, la escasa transparencia y las políticas de inversión irresponsables son los principales problemas que han de ser solucionados. Mientras tanto, los estados seguirán remendando individualmente sus sistemas financieros, a la espera de que algún cambio radical en el seno internacional implique esa “refundación” del capitalismo, iniciando una nueva y más segura era en el sistema financiero mundial.

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