Por David Olmo Nadal, Ingeniero Técnico Agrícola, Ingeniero Superior de Montes y auditor del Comité de Agricultura Ecológica de Aragón.

 Un poco de historia 

A principios de la década de 1980 son los consumidores los que “certifican” la producción ecológica mediante el contacto directo con los productores, y son ellos los que crean un sello para poder identificar los productos obtenidos mediante técnicas respetuosas con el medio ambiente.

Persiste la convicción de que la agricultura ecológica (agricultura ecológica) es volver a lo de antes, al caballo y a las alpargatas, en detrimento del tractor para hacer las labores agrícolas, o simplemente no hacer nada y recoger lo que nos dé la planta; esto último no es agricultura y mucho menos agricultura ecológica.

Algunos detractores de la agricultura ecológica la consideran “cosa de unos pocos locos”… nada más lejos de la realidad, ya que hoy en día la superficie de agricultura ecológica ya ha superado el millón y medio de hectáreas en España, alcanzando 37 millones de hectáreas en el mundo. Hoy en día pocos siguen poniendo en duda la viabilidad técnica de este tipo de agricultura.

Otro de los argumentos esgrimidos en contra de la agricultura ecológica es la baja productividad que se le atribuye a los cultivos obtenidos mediante dicho método de producción. Multitud de experiencias y estudios demuestran que no es así, e incluso la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación) reconoce que la humanidad se podría alimentar exclusivamente a base de productos procedentes de la agricultura ecológica.

Sobre este tema cabe resaltar que, según relata el profesor Raj Patel en su libro Obesos y Famélicos: “La humanidad produce actualmente más alimentos que en toda su historia, y sin embargo un cifra superior al 10% de la población padece hambre. El hambre de esos 800 millones de personas ocurre al mismo tiempo que otro record histórico: mil millones de seres humanos sufren hoy en día sobrepeso”.

Más que de escasez de productos habría que hablar de mal reparto de los mismos, aunque hoy en día todavía se insiste en la “crisis alimentaria”. Sirva como ejemplo este dato: la superficie agrícola destinada para alimentar a los animales es casi el doble (65%) que la reservada para el consumo humano (35%).

 Definición de agricultura ecológica 

Volviendo a los fundamentos de la agricultura ecológica, si hubiera que definirla de alguna manera, dentro de las múltiples definiciones existentes, se podría hacer así: “La agricultura ecológica se basa en obtener alimentos de máxima calidad nutritiva, respetando el medio ambiente y conservando la fertilidad del suelo mediante la utilización óptima de los recursos locales, sin la aplicación de productos químicos de síntesis”. Cuando se habla de agricultura ecológica se engloba también a la ganadería ecológica, que se caracteriza por estar ligada al suelo ya que los animales se crían de forma extensiva, alimentándose con productos procedentes de la agricultura ecológica y respetando las necesidades básicas de su etología.

Los pilares básicos de la agricultura ecológica, a modo de resumen, podrían ser los siguientes:

• Producir alimentos de alta calidad nutritiva y en suficiente cantidad.

• Trabajar con los ecosistemas en vez de intentar dominarlos.

• Fomentar y favorecer los ciclos bióticos dentro del sistema agrario, que comprenden los microorganismos, la flora y la fauna del suelo, las plantas y los animales.

• Mantener y aumentar a largo plazo la fertilidad de los suelos.

• Emplear al máximo recursos renovables en sistemas agrícolas organizados localmente.

• Trabajar todo lo que se pueda dentro de un sistema cerrado en lo que respecta a la materia orgánica y nutrientes.

• Proporcionar al ganado las condiciones de vida que le permita realizar todos los aspectos de su comportamiento innato.

• Evitar todas las formas de contaminación que puedan resultar de las técnicas agrícolas.

• Mantener la diversidad genética del sistema agrario y de su entorno, incluyendo la protección de los hábitats de plantas y animales silvestres.

• Permitir que los agricultores obtengan unos ingresos satisfactorios y realicen un trabajo gratificante en un entorno laboral saludable.

• Considerar el impacto social y ecológico más amplio del sistema agrario.

 Reglamentación en la que se basa 

El patrimonio de un pueblo es su riqueza cultural, en la que se engloban muchas cosas, siendo una de ellas la alimentación y la agricultura ligada a ella

Hoy en día, y sin temor a equívocos, se puede asegurar que el sistema de producción agrario más sometido a controles es el de la agricultura ecológica; en él el sistema de “trazabilidad” ya lleva varios años implantada. El Reglamento Europeo que regula la agricultura ecológica es el 834/2007 del Consejo del 28 de junio de 2007, que hace hincapié en las siguientes cuestiones:

 Prohibición del empleo de productos químicos de síntesis

No está permitido el uso de plaguicidas, pesticidas, herbicidas ni abonos químicos de síntesis. Se permite la utilización de productos naturales obtenidos a base de plantas (como la ortiga, cola de caballo, milenrama, árbol del Neem, Quassia amara…), minerales (azufre, cobre, polisulfuro de cal, arcilla…) u organismos vivos (Bacilus thuringiensis, Spinosad, etcétera).

Una máxima en la agricultura ecológica es la de prevenir antes que curar. Si mantenemos la biodiversidad de nuestra finca, y conseguimos equilibrar el sistema, lograremos minimizar los problemas, muchos de los cuales son debidos a un mal manejo de los cultivos. Conociendo el ciclo biológico de las plagas podremos saber cómo evitarlas y/o minimizar sus daños.

Mantenimiento de la fertilidad del suelo 

Se considera al suelo como lo que es, un organismo vivo al que hay que cuidar y alimentar para que de él se puedan nutrir nuestros cultivos. Todo lo contrario que lo que se hace en la agricultura convencional (o agricultura química como la denominan en Francia), ya que consideran el suelo como un medio inerte sobre el que se “agarran” las plantas (llevado a su máxima expresión en los cultivos hidropónicos -en soluciones acuosas-), suministrando a la planta, mediante insumos químicos, todos los nutrientes necesarios.

El 90% de la actividad biológica de los suelos europeos agrícolas está aniquilada por décadas de agricultura intensiva. Sobre los primeros 30 centímetros de tierra se concentra el 80% de la vida del planeta; por eso hay que cuidar esa capa, no sólo evitando contaminarla sino también enriqueciéndola.

En la agricultura ecológica la fertilidad del suelo se mantiene o aumenta mediante abonos orgánicos (estiércoles, restos de cosechas, subproductos compostados de la industria agroalimentaria, es decir, residuos descompuestos transformados en abono) y abonos verdes, que consisten en la siembra de leguminosas para aprovechar su capacidad de fijar el nitrógeno atmosférico, gracias a la asociación con bacterias nitrificantes -que aportan nitrógeno al suelo-. Además se recomienda el enterramiento de los restos de cosecha como fuente importante de materia orgánica, estando prohibida la quema de rastrojos.

Como última opción, se puede optar también por abonos comerciales formulados con productos naturales (mezclas de estiércoles, aminoácidos obtenidos de vegetales, etcétera).

La FAO, según un informe titulado “Agricultura baja en gases efecto invernadero: potencial de mitigación y adaptación de sistemas agrícolas sostenibles”, concluye que “la agricultura ecológica mitiga los gases de efecto invernadero por su capacidad de reciclar nutrientes, por la utilización de plantas que fijan nitrógeno, por su menor dependencia de insumos y por ser un sistema agrario que incluye a los animales como parte importante de la producción agrícola”.

 Empleo de especies locales de animales y plantas 

Se potencia el empleo de especies locales, ya que estarán aclimatadas a nuestro entorno y serán menos dependientes de productos externos para desarrollarse, al haber desarrollado defensas o estrategias para superar las adversidades externas. Las especies locales son capaces de optimizar con mayor eficacia los recursos naturales locales, sin depender de insumos.

En la mayoría de los casos la selección genética se ha dirigido hacia factores relacionados con el manejo en post-cosecha (como por ejemplo el de soportar largas distancias de transporte o el de almacenamientos prolongados), lo que ha de potenciar sus características organolépticas. De esta manera, se ha conseguido tener unos tomates duros pero que no saben a nada.

Gracias a los estudios comparativos entre productos obtenidos mediante agricultura ecológica y agricultura convencional, realizados por la Dra. María Dolores Raigón, se ha demostrado que los productos ecológicos tienen una mayor concentración de vitaminas, minerales y sustancias antioxidantes que los convencionales. Ha constatado, además, que en el transcurso de estos últimos 25 años la composición de frutas y verduras ha sufrido pérdidas considerables en el contenido de vitaminas y minerales que oscilan entre un 12% de calcio para el plátano y un 87% de vitamina C en las fresas. Las causas principales, según la Dra. Raigón, son el empleo de variedades comerciales, el empobrecimiento de los suelos, el almacenamiento durante largo tiempo y sin maduración natural, el transporte y el empleo de tratamientos químicos.

Ello significa que la producción convencional está proporcionando altas producciones (discutibles en muchos casos) de unos alimentos muy homogéneos y vistosos, pero con un contenido nutricional significativamente inferior.

 Prohibición del uso de organismos genéticamente modificados (OGM’s) o productos derivados de éstos 

Los transgénicos favorecen la erosión genética, agravando aún más la pérdida de la biodiversidad agrícola, siendo el caballo de Troya del modelo de agricultura intensiva basado en la dependencia de los agricultores del uso de insumos químicos. Además, los OGM’s suscitan muchas dudas referente a sus efectos sobre la salud y sobre las repercusiones negativas en el medio ambiente.

 Rotación y asociación de cultivos 

Se busca recuperar el equilibrio y la biodiversidad de nuestros campos. Ello se puede conseguir evitando el monocultivo, ya que mediante las rotaciones se consigue prevenir multitud de problemas derivados de plagas y/o enfermedades, así como optimizar los recursos naturales. Se evita la fatiga de suelo, ya que cada tipo de cultivo tiene necesidades nutricionales distintas, además de explorar diferentes profundidades edáficas.

Se fomenta además la creación de setos (herbáceos o leñosos) para que sirvan como refugio a la fauna auxiliar, no estando autorizado bajo ningún contexto la quema de los márgenes de los campos. El manejo de la cubierta vegetal o de los setos cercanos a nuestra parcela jugará un papel muy importante como estrategia para el control de determinadas plagas agrícolas.

 Mucho camino por recorrer 

La demanda de productos ecológicos va aumentando anualmente pero, aún así, España está muy por debajo de lo consumido en el resto de Europa. Cada vez hay más interés por parte de los consumidores por saber qué es lo que comen, cuál es su origen y cómo se produce, de ahí que cada vez haya más tiendas especializadas en productos obtenidos mediante agricultura ecológica, así como asociaciones de consumidores de dichos productos.

Uno de los movimientos asociativos, preocupados por saber lo que comen, más importantes a nivel mundial es el movimiento Slow Food, con más de 100.000 asociados en 130 países. Dicho movimiento demanda productos limpios, justos y buenos. Limpios en el sentido de que no contaminan, justos por que se busca que todos los actores implicados en el proceso (agricultor, detallista,…) se les remunere justamente, y buenos en el sentido organoléptico y saludable. Disfrutar de la gastronomía lentamente, todo lo contrario que la comida rápida o ‘fast food’.

Como dice el presidente del movimiento Slow Food, Carlo Petrini, “nuestros mayores tenían un respeto sagrado por el alimento, pero la industrialización y la invasión del fast food nos han hecho perder ese vínculo que siempre se ha tenido con la comida. Vivimos en una situación de falsa felicidad gastronómica… Nunca se ha hablado tanto de comida y nunca se ha comido tan mal”.

Cabe esperar que este aumento de consumidores informados contagie la necesidad de consumir productos ecológicos, locales y de temporada, consiguiendo de esta manera alimentos sanos, baratos y con las máximas cualidades de gusto, aroma y tacto. No hay que olvidar que el patrimonio de un pueblo es su riqueza cultural, en la que se engloban muchas cosas, siendo una de ellas la alimentación y la agricultura ligada a ella. En nuestras manos está conservarlas y promocionarlas.

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