El BBVA, Banco Popular y Banco Sabadell han sido las primeras entidades en lanzar bonos convertibles. Es conveniente analizar el producto para desenmascarar las argucias que la banca usa para conseguir liquidez a costa del pequeño ahorrador, al cual no le interesa en absoluto dicho producto. Los bonos convertibles en acciones son instrumentos a largo plazo. Por lo general, su plazo de amortización es de 4 ó 5 años. Su principal característica es su naturaleza híbrida: por un lado otorgan un interés fijo mientras dura el bono y al final del periodo el bono se canjea por acciones de la entidad pasando el pequeño ahorrador a ser accionista del banco. Hacerse con bonos convertibles supone, a la postre, meter el dinero en mercados de renta variable, con el consiguiente riesgo de pérdida del ahorro. En la práctica, supone comprar acciones de la entidad.
Mentiras del bono
Para el ahorrador conservador, aquel que no quiere sobresaltos y que valora la seguridad por encima de todo, el bono convertible no es una buena opción. Aparte de la necesaria conversión en accionista, mientras dura el bono la rentabilidad puede ser variable en muchos casos. Los bonos del Sabadell y del Popular rentan según la evolución del euribor a partir del segundo año. Además, el banco puede amortizar anticipadamente los bonos después del primer año, sin previo aviso y sin que el ahorrador pueda hacer nada por evitarlo. Así pues, la rentabilidad es variable y nada asegura que se vaya a percibir el rendimiento acordado porque el banco puede cancelar la suscripción del bono cuando lo desee.
La experiencia que el pequeño ahorrador tiene con los convertibles es negativa. Por ello conviene recelar de estos productos y buscar otras alternativas más seguras y fiables.
El banco guarda silencio
El contrato que el ahorrador suscribe con el banco guarda dos sorpresas que en las oficinas consultadas no se nombran. Por un lado, existen condiciones para que el cliente reciba sus cupones periódicos de intereses. Los bancos sólo pagarán los intereses si poseen suficiente beneficio distribuible en cada año, si la evolución económica y financiera así lo aconseja y si la situación de los fondos propios es la adecuada. Dicho de otro modo, la rentabilidad prometida no está garantizada. Por si fuera poco, habitualmente las entidades financieras imponen una prima en el momento del canje de las acciones. Esto significa que en el momento de convertir el bono en acciones se valora la acción de la entidad por un precio superior al de su cotización. Entonces, se reciben menos acciones de las que correspondería. Para un bono de 1.000 euros y una prima del 10% si el precio de la acción es 10 euros en lugar de recibir 100 acciones se recibirían sólo 91 porque la entidad valora en 11€ cada acción en virtud de la prima. La asimetría de información a favor de la banca y la escasa transparencia dan una idea del abuso que comete la entidad, que intenta colar los bonos convertibles al ahorrador minorista puesto que es el menos enterado y el más fácil de convencer.
El riesgo de las acciones
Los problemas no acaban aquí. Una vez que se hace el canje del bono por acciones la entidad tiene hasta 30 días para “entregarlas” al ahorrador. Debido al carácter cambiante de la Bolsa, la cotización puede variar en esos 30 días de modo que cuando efectivamente se reciban podrían valer menos que cuando se efectuó el canje. Además, lo más probable es que las acciones de la entidad se deprecien en las semanas siguientes al canje. Hay que tener en cuenta que finalizado el periodo del bono entrarán al mercado millones de acciones de cada entidad al mismo tiempo. El mercado no absorberá tanta oferta de títulos y su precio automáticamente bajará. Otro riesgo del que no se informa en las visitas a las oficinas de las entidades. Para las entidades y de cara al cliente este riesgo no existe porque directamente no se informa de ese periodo de hasta 30 días para la entrega de las acciones. Nuevamente, el consumidor se encuentra en una desventaja informativa intolerable y a merced de lo que el banco le quiera contar.
La asimetría de información a favor de la banca y la escasa transparencia con que intentan colar los bonos dan una idea del abuso que comete la entidad.
Tome nota del pasado: Bonos del Santander = fiasco
Hace apenas dos años el Banco Santander colocó una enorme cantidad de bonos convertibles en el mercado, a través de la red de oficinas. Debido a la agresiva e intensa campaña de comercialización finalmente se emitieron 7.000 millones en lugar de los 5.000 proyectados al principio. La alegría duró poco, pues desde finales de 2007 la cotización de los bonos se hundió, perdiendo en quince meses un 66% de su valor. Mientras, las acciones se desplomaron desde su máximo histórico (más de 15 € por título) hasta un mínimo inferior a 4 € por acción. Los efectos para quienes vieron convertidos sus bonos en acciones fueron devastadores. Aún hoy, la pérdida de patrimonio por el canje de los bonos asciende al 25%. La experiencia que el pequeño ahorrador tiene con los convertibles es negativa. Por ello conviene recelar de estos productos y buscar otras alternativas más seguras y confiables.
Rentabilidad… ¿qué rentabilidad?
Un pequeño ejemplo basta para poner en evidencia este producto financiero. Tomemos el bono del Banco Sabadell. Renta un 7,3% el primer año y un 4,5% por ciento + euribor a tres meses los otros tres años. La prima de canje asciende al 16% y el dinero que un ahorrador dispone es de 10.000€.
– El primer año obtiene 730 € en concepto de intereses.
– El segundo año, suponiendo un euribor a 3 meses del 1% (más que lo actual) recibe 550 € de intereses.
– Al principio del tercer año, supongamos, el banco le canjea el bono por acciones. Si el precio de las acciones es 10€, el banco las valora por 11,6€ en virtud de la prima. Por el bono de 10.000€ se reciben 862 acciones.
– El dinero que el ahorrador tiene al final del “negocio” asciende a 1280 € por los intereses y 8620 € por el valor de las acciones. En total tendrá 9.900 euros. ¡Habrá perdido dinero! Concretamente, el rendimiento del ahorro habrá ascendido a un -0,2% anual.
Este hipotético ejemplo puede darse en la realidad y demuestra las trampas con que la banca atrapa a los ahorradores quienes, aún a día de hoy, siguen confiando en unas entidades que pueden llevarles a perder parte de sus ahorros.