Primavera-verano de 2013. Durante aquellos seis meses, hace justo un año, los consumidores españoles conseguimos minimizar nuestro consumo todo lo posible. Desde que había comenzado la crisis, fue en aquellos meses de máxima zozobra cuando el consumo se mostró en cifras bajas, en un proceso de lógica económica que se trasladó precisamente a la tasa de ahorro de los hogares españoles. Rozando el 11%, fue ése el periodo en el que los consumidores logramos optimizar ingresos y gastos en un contexto recesivo de máxima crudeza.

Pero esos tiempos acabaron a la vuelta del veraneo. Desde entonces, los mensajes de optimismo infundado por parte de los poderes públicos y los abusos de las entidades financieras y las oligarquías de la electricidad, las telecomunicaciones y el sector del petróleo han calado, y han conseguido que la cifra global de gasto de los hogares españoles no haya dejado de crecer, y haya comenzado 2014 un 1% superior, casi 6.000 millones de euros más, a la que se registraba en el pasado verano de 2013: 609.000 millones frente a 603.000.

A cambio, los ingresos siguen en camino descendente, en mínimos desde 2007, un 4% menores a la cifra global que Eurostat reflejaba a finales de 2011. Entonces los hogares españoles ingresaban más de 700.000 millones de euros, mientras que ahora apenas superan los 670.000 millones. La combinación de ambos fenómenos, menor ingreso y mayor gasto, da como resultado que los consumidores nos estamos viendo obligados a desahorrar, a eliminar nuestra capacidad de ahorro. En 2009 la tasa de ahorro superaba el 17% del ingreso disponible, era del 15% en 2010, y en 2012 aún estaba por encima del 12%; por contra, el primer trimestre de 2014, esta tasa apenas es del 9,4%, la más baja de los principales países europeos.

 Cada vez menos patrimonio 

Estas cifras son muestra clara de la apuesta de los poderes económicos y políticos, basada en una salida de la crisis completamente en falso, sostenida desde un consumo interno estimulado artificialmente, dependiente del abuso en las grandes cadenas de distribución y completamente insostenible, pues hunde sus bases en la pérdida de patrimonio, el empobrecimiento y, en último término, de nuevo el crédito y el endeudamiento de los consumidores. También lo empieza a detectar Eurostat, que mide lo que llama «formación de capital bruto», es decir, la generación de patrimonio de las familias, sean activos financieros o, por ejemplo, bienes inmuebles.

Pues bien, esta generación de patrimonio, la diferencia entre adquisición de activos y pérdida de los mismos, está en el nivel más bajo también de toda la serie histórica, es decir, desde 2000. La tasa de ahorro reflejada por Eurostat tampoco sirve para esconder importantes desigualdades en la distribución de este ahorro. Encuestas del INE confiesan que menos de la mitad de la población española tiene alguna capacidad de ahorro, de lo que se deriva un preocupante fenómeno, el hecho de que un 40% de los consumidores manifiesta dificultades más o menos severas para llegar a fin de mes. Las cifras de depósitos que señala el Banco de España, crecientes, sólo atestiguan que cada vez menos personas pueden obtener cada vez más ahorro.

De ese porcentaje no mayoritario que puede ahorrar algo, ADICAE confirma a través de sus estudios que la gran mayoría aparta unos pocos euros al mes, que suponen una pequeña cantidad de dinero anual que la banca aguarda con aviesas intenciones. El desfavorable tratamiento a los depósitos y la publicitación de productos con menos transparencia, menos garantías y más riesgos, bajo la apariencia de una mayor rentabilidad, siguen siendo amenazas que ya se materializaron con fraudes como el de las preferentes y otros productos tóxicos y que las autoridades deben controlar con más ahínco.

Menos ahorro, y menos consumo sostenible, aún contabilizando el efecto de las subidas ininterrumpidas de productos básicos como la luz y la gasolina. El cinturón de los consumidores sigue apretándose sin pausa, pero los abusos de las grandes empresas, empezando por las eléctricas, las petroleras y las de productos y servicios de gran consumo, neutralizan los esfuerzos de las familias.

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