La industria tecnológica es la reina de la obsolescencia programada. En menos de dos años, un móvil queda anticuado en el mejor de los casos; en el peor, incluso deja de funcionar. Un ordenador portátil puede durar algo más, pero cuando llega la hora de repararlo, es fácil que cueste más pasarlo por el taller que comprarse uno nuevo y mucho más moderno. Esta dinámica, a la que se ve abocado el consumidor, genera al cabo del año toneladas y toneladas de desechos electrónicos, altamente contaminantes, y que, además, acaban en buena parte en países africanos y asiáticos.

53 millones de toneladas al año

Según los últimos datos de la ONU, la basura procedente de equipos informáticos está creciendo y asciende ya a 53 millones de toneladas por año en el mundo. El problema no es solo el volumen, sino la toxicidad de los elementos que componen nuestros ‘juguetes’ tecnológicos. Son sustancias tan perjudiciales para el medio ambiente y la salud como el mercurio, el plomo, el cadmio o el cromo. La buena noticia es que gran parte de esta chatarra puede ser reciclada si se recolecta y procesa correctamente en una planta de tratamiento de residuos. La mala, que eso parece no estar ocurriendo tal cómo debería.

En los países occidentales hay puntos limpios donde depositar los aparatos ya inservibles. Un consumidor crítico y responsable debe hacer uso de los procesos de reciclaje, pero también ha de exigir a las administraciones que controlen el mismo para que no haya irregularidades. Y es que, aunque la normativa europea prohibe la exportación de residuos (no así la estadounidense), mucha de la chatarra electrónica se envía a terceros países en contenedores marítimos bajo la apariencia de aparatos en buen estado que pueden venderse de segunda mano. Con menores costes de reciclaje, pero también con peor gestión ambiental, reciclar en países en vías de desarrollo se convierte en un negocio muy lucrativo para los intermediarios.

Vertederos incontrolados

Buena parte de esos desechos acaban en vertederos incontrolados de África o China. Así lo han recogido documentales como ‘Ciberbasura sin fronteras’ (2012) o ‘La tragedia electrónica’ (2014). También queda patente en el informe de 2013 realizado por la ‘Green Cross Switzerland’ y el ‘Blacksmith Institute, citado por Aurora Moreno en un artículo para la web Carro de Combate.

Según este informe, la contaminación del basurero tecnológico de Agbogbloshie, en Accra (Ghana) es tan alta que se sitúa a la altura de lugares como el área de Chernobil. Ghana importa al año 215.000 toneladas de residuos tóxicos de países del Europa del Este, y en vertederos como este, en teoría, se procesan los materiales. Pero lo cierto es que se acumulan sin ningún tipo de cuidado medioambiental y son ‘reciclados’ de manera informal por chatarreros, que usan métodos de extracción que agravan la contaminación. Algo grave de por sí, pero más tratándose de una zona habitada.

China es otro de los grandes destinos de la basura electrónica. Algo paradójico, ya que el gigante asiático es también uno de los mayores productores de tecnología: en sus fábricas nacen decenas de miles de electrodomésticos, a sus vertederos van a morir otros tantos, tras ser usados en países occidentales. En muchos casos, la basura llega por cauces ilegales, saltándose la regulación para este tipo de materiales. Su caso más conocido es el de la localidad de Guiyu, que desde la pasada década se considera el mayor vertedero de chatarra electrónica del mundo. Aquí los deshechos son objeto de reciclaje con inseguros y peligrosos métodos de trabajo, que ponen en riesgo tanto la salud de los obreros como el medio ambiente de la ciudad. ¿Y qué pasa con los elementos recuperados de la basura? Son vendidos a fabricantes que, de nuevo, los introducen en la cadena productiva.

Es necesario exigir control sobre el reciclaje

¿Qué puede hacer el consumidor ante esta realidad? En primer lugar, la clave está en tener una actitud de consumo crítica y responsable. Hay que tratar de no caer en la euforia consumista y comprar solo los aparatos que realmente necesitamos. Si nuestro ordenador todavía funciona, pero necesitamos uno con más prestaciones, siempre podemos regalarlo o donarlo a alguna institución que pueda sacarle todavía partido o emplearlo en una causa solidaria. Si nuestro aparato está directamente para tirar, podemos llevarlo a la tienda donde vamos comprarnos uno nuevo para que se encarguen de la retirada del viejo, o llevarlo a un punto limpio de nuestro municipio.

Pero como se ha visto, la responsabilidad del consumidor debe ir un poco más allá. Es necesario exigir a las autoridades que aseguren que esos residuos son tratados adecuadamente, de manera que el problema medioambiental no se acabe ‘exportando’ a otros países.

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